O algo así dice un conocido refrán que me vino a la cabeza el otro día en el Metro de Madrid al ver a un hombre mayor, de unos setenta años, que convulsivamente estaba intentando sacar las gafas del bolsillo de su abrigo para leer el plano de Metro que suele estar pegado en las paredes de los vagones, supongo que para ver el recorrido que tenía que hacer para ir a su destino.
Al sacar las gafas de una forma bastante atropellada, se encontró entre ellas, enganchado entre las patillas, un papel doblado que al intentar coger se le cayó al suelo. El hombre lo cogió con un gesto de mal humor, le costó agacharse, y lo metió otra vez en el bolsillo pero no a la primera intentona, porque con las gafas en la mano no lo podía hacer muy bien. Tras varios intentos fallidos lo introdujo medio arrugado con varios movimientos espasmódicos de forma que el papel, del tamaño de un folio doblado en cuatro, quedó bastante arrugado.
Después de la maniobra, cuando se puso las gafas se dio cuenta de que, debido a los movimientos tan bruscos, los cristales estaban bastante sucios de huellas de sus dedos, y me imagino que no debería ver muy bien porque se las quitó con un gesto de rabia e intentó limpiarlas con la bufanda, también con movimientos muy bruscos. Una vez que se las puso intentó ver pero por sus gestos no debieron quedar muy limpias porque le oí lanzar algún juramento en voz baja.
Yo estaba apoyado en la puerta del vagón del metro leyendo el periódico, algo que suelo hacer pero que cada vez hace menos gente, seguí todas sus brusquedades y lamentos por el rabillo del ojo pero me sentí incapaz de decirle algo o intentar ayudarle por temor a recibir algún improperio.
Cuando salí del vagón, dejando a este hombre con sus juramentos y resoplidos intentando aclarar su trayecto, me vino a la cabeza aquel otro dicho que oía mucho a mis padres cuando era joven: "vísteme despacio que tengo prisa". Bien, pensé que sería interesante poner algo en este blog sobre la importancia de la paciencia y de intentar pensar con más pausa sobre las cosas que hacemos, a menudo demasiado atropelladamente. Y confieso que algunas veces me ha pasado a mi algo parecido a lo de este hombre.
Porque una de mis grandes obsesiones ha sido siempre no perder el tiempo y en alguna ocasión me he visto en situaciones parecidas, supongo que no seré el único. Pero con los años me he ido dando cuenta de la inutilidad de forzar los ritmos de las cosas porque nada va a cambiar y estas, y nuestro entorno, tienen su ritmo propio. Y más ahora que he tenido la oportunidad de conocer un poco más en detalle el concepto de mindfulness, que ya hemos comentado aquí.
Y no solo la impaciencia no arregla nada sino que además es muy perjudicial para la salud, física y emocional. Aquél hombre estaba ya con la cara enrojecida y unos sudores que no le vendrían nada bien para la salud. Lo único que fue transformado por ese comportamiento fue él mismo, su papel y sus gafas, en sentido negativo claro. Porque el resto del mundo no cambió porque él lo hiciera más o menos rápido.
Es totalmente cierto que la sociedad actual invita a las prisas, a lo inmediato, lo efímero, y la impaciencia nos brota de una forma inconsciente pero debemos volver a valorar en su justa medida lo que representa el ritmo de desarrollo de cada una de las cosas y el valor del ahora. Sobre esto recomiendo recordar alguno de los posts que han aparecido aquí sobre Mario Alonso.
En fin, como se suele decir, "deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad" (cita muy celebrada de san Agustín).