Hoy me apetece hablar de un tema que no ha salido hasta ahora en este blog y creo que está muy relacionado con muchos de los contenidos que ya han aparecido, me refiero a la costumbre, muy española por cierto, de echar broncas sin sentido. No estoy hablando de discusiones establecidas entre dos o más personas en un plano de igualdad sino del hecho de que una persona abronque a otra de una forma agresiva abusando de una posición dominante.
Se trataría de casos como el que un jefe abronque a su subordinado, un padre lo haga con un hijo o un líder, nominado o no, eche una bronca a algún componente de un grupo de personas. En todos estos casos se puede decir que una bronca no vale para nada, no lo digo yo lo dicen los expertos, sobre todo, como ya he dicho, cuando alguien se aprovecha de su posición para maltratar a otro. Los expertos suelen hablar de liderazgo nocivo, o tóxico, en contraposición con un liderazgo creativo. Estos comportamientos son siempre contraproducentes, sobre todo si se producen en presencia de otros.
Dos cosas hay que decir al respecto, primero sobre el hecho en sí, es decir abroncar o no, esa es la cuestión, y, segundo, sobre la forma de hacerlo, si en algún momento es necesario y procede reprochar algo a alguien.
En primer lugar, debe quedar claro que la bronca no sirve para arreglar aquello que ha salido mal porque ya se ha producido y, dependiendo de las formas, sólo sirve para empeorar la situación. La única solución aconsejable es el autocontrol para evitar estas situaciones y dominarse a uno mismo, algo que se consigue trabajando la inteligencia emocional.
A este respecto, hay estudios que aseguran que alrededor del 60% de los trabajadores que abandonan una empresa lo hace por culpa de sus malas relaciones con sus jefes y de estos un alto porcentaje se debe a jefes nocivos. También se produce un efecto contrario, cada vez más común, y es que los jefes llegan a ser destituidos por su desempeño déspota o por su insensibilidad. Hoy día ya no se premia a esos jefes que están todo el día cabreados echando broncas y sus colaboradores o subordinados acaban teniéndolos miedo. El abuso de poder es visto más como una debilidad que como una fortaleza.
Lo mismo se puede decir de las relaciones con los hijos de unos progenitores demasiados exigentes y agresivos. A menudo estos comportamientos enturbian las relaciones que no hacen más que avanzar en una espiral de broncas y desencuentros que es muy difícil atajar y revertir. Además, estas personas, tan acostumbradas a echar broncas constantemente, terminan por estar de mal humor casi todo el tiempo, experimentan emociones negativas, y ya sabemos lo que eso significa para la salud.
Cambiando de perspectiva, desde el punto de vista del que recibe la bronca también se puede mejorar la resistencia a través de la inteligencia emocional. Nos permitirá aprender a aceptar las situaciones que existen y tienen poca probabilidad de cambiar y así nos haremos más resistentes frente a las personas nocivas, tanto en el trabajo como en la vida diaria.
Pero, y ¿qué pasa si el que ha hecho algo reprochable pide disculpas?, ¿vale para algo? Cuando tienes enfrente a alguien que insiste en su actitud agresiva, con falta de empatía, sin respeto a los demás o incluso que utiliza la bronca para hacerse notar, no vale de nada.
En definitiva, fuera las broncas de nuestras vidas. Sólo si somos personas que cuando las cosas van bien acostumbramos a ser tan explícitos en señalar los éxitos, tanto o más que los fracasos, se puede actuar con lo que se conoce como "mano izquierda" y tratar de pedir explicaciones, reclamar más atención, alguna rectificación, etc. Con buenas palabras, con algo de empatía, siempre se tendrán resultados positivos.
Respecto a la forma más indicada de "abroncar" a nuestros semejantes siempre se debe regir por algo que fue una de las primeras cosas que aprendí de la psicología positiva, tratar de criticar hechos y no a personas.
Si eso es asumido también por el que recibe la bronca significará que cuando sea criticado lo recibirá como una crítica a un hecho concreto, sea una tarea en el trabajo o una metedura de pata, que todos tenemos, y no como una descalificación total a la persona. Que se tenga la sensación de que no se nos juzga sino por lo que hacemos.
Relacionado con esto ver el post sobre amabilidad.