Este verano ha sido especialmente fructífero en temas que creo que son interesantes para incluir en este blog. No es que esté todo el día pensando en ello pero los temas surgen y mi cabeza toma nota para cuando tenga un poco de tiempo, que últimamente no ha sido mucho. Así, igual que ya hablé de la película Del Revés en el anterior post, ahora quiero contar una conversación oída a unos jóvenes en plena adolescencia en un trayecto de autobús.
Hablaban de un tal Aristóteles del que decían que era un "coñazo" imposible de leer y que en qué hora habían elegido la lectura de Ética a Nicómaco. A parte de no haber entendido nada, o muy poco, se quejaban de la dificultad y rigidez de la lectura, esa es la palabra que me llamó más la atención.
La conversación me recordó mis cuitas en la lectura de algunos libros para los que probablemente no estaba preparado. Recuerdo en concreto un libro de R. M. Rilke que tuve que abandonar. Es el único libro en toda mi vida que he tenido que dejar sin terminar, quizás porque cuando he decidido leer un libro tenía ya una cierta predisposición a que me iba a gustar y, por tanto, tenía ganas de leerlo, pero en el caso de Rilke fue imposible. También recuerdo, esta vez con cariño, la lectura del Ulises de J. Joyce porque solo pude pasar de las primeras páginas y terminarlo cuando ya era adulto, probablemente a la tercera o cuarta tentativa. Asimismo, reconozco que en la juventud se ve a Aristóteles como muy lejos, antes y ahora, pero es que probablemente no se le enseña bien. Yo no me atreví.
Los jóvenes comentaban el caso de algún amigo que había leído Apología de Sócrates o El Banquete y les había resultado más llevadero. Es cierto que leer a su maestro Platón puede ser más fácil que leer a Aristóteles pero siempre he tenido la idea de que Aristóteles es más didáctico y lógico, para eso formuló los principios fundamentales de la lógica.
Más allá de dudar de la conveniencia de que a los jóvenes se les obligue a leer a los clásicos, con el efecto rebote que esto pueda tener, sí quiero resaltar esta conversación que oí para lamentar que no se haga más hincapié en una de las cosas que más he admirado de Aristóteles y es su infinita ansia de conocimiento, que le hizo adentrarse en múltiples disciplinas, incluidas la metafísica o la ciencia cuando esta estaba en sus inicios.
Las aportaciones de Aristóteles son decisivas en muchos campos y todo era producto de su búsqueda de nuevos conocimientos, de forma incansable, manteniendo siempre la mente abierta y una curiosidad insaciable. El deseo de conocer era lo que le hacía aplicarse a todos los terrenos, sin distinción.
Pero es que, además, era consciente de que el saber es inabarcable. Si Sócrates decía que "Solo sé que no sé nada", Aristóteles tenía una gran apertura de pensamiento porque era consciente del carácter inacabado de nuestro saber, que mientras más sabemos nos damos cuenta de que nos queda mucho más por saber. Eso lo tenía Aristóteles muy claro y por eso alimentaba su curiosidad para mantenerse en constante aprendizaje.
Volviendo a la conversación del autobús, en nuestros días se podría decir lo mismo sobre lo que nos queda por saber y lo importante que es querer saber. Habría que priorizar en la enseñanza un espíritu curioso y fomentar la creatividad, de la que ya hemos hablado varias veces aquí. Concienciar, en definitiva, que en vez de elegir el camino fácil de buscar en Google y/o Wikipedia es más productivo ampliar la mente e investigar por uno mismo.