12 abr 2015

Michael de Montaigne en el siglo XXI. Apuntes sobre el Libro II de Los ensayos

Continúo con Los ensayos de Michael de Montaigne comentando los incluidos en el Libro II (Ver post sobre el Libro I).

En el Libro II empiezo por recomendar La ejercitación (VI), que me ha encantado porque habla, a raíz de un accidente suyo, de nuestra capacidad para la presunción y el orgullo frente a la necesidad de conocerse a uno mismo.

Capítulo aparte merece el ensayo titulado Apología de Ramón Sibiuda (XII) que por sí mismo se puede considerar un tratado filosófico sobre el catolicismo y la relación entre fe y razón (casi trescientas páginas dedicadas a comentar, apoyar y a veces refutar las tesis del filósofo catalán y profesor de teología autor del Libro de las criaturas o del hombre). Es el más largo y filosófico de los tres libros y por ello es un poco más arduo de leer que el resto. Hay que cogerlo con ganas y no tener reparos en releer párrafos cuando sea necesario.

Comienza con una larga comparación entre los seres humanos y los animales, poniendo en duda la superioridad de los humanos, como planteaban algunas corrientes filosóficas. Llega a afirmar que "la razón humana se extravía en todo, pero especialmente cuando se inmiscuye en las cosas divinas". Así, afirma, el hombre no puede ser sino lo que es, ni imaginar sino según su alcance. Recuerda que Plutarco ya avisó sobre "la presunción, para quienes solo son hombres, de pretender hablar y razonar de los dioses y semidioses, para alguien que ignora la música".

Otro magnifico ensayo es el titulado La presunción (XVII). Habla tanto de la opinión excesivamente buena que nos formamos de nuestra valía ("el vicio de la presunción") y el no apreciar lo suficiente a los demás, es decir, de lo que pensamos de los demás. Es un ejercicio de autocrítica, casi excesivo, porque, dice, prefiere ser importuno e indiscreto a ser adulador y disimulado. Vuelve a insistir en su falta de memoria y en su incapacidad para tomar partido en las empresas dudosas. Solo se reconoce un poco de valía "en aquella en la cual jamás nadie se consideró falto: el juicio". Respecto a los demás admite que no conoce a nadie digno de gran admiración, que conoce a muchos que poseen diferentes cualidades hermosas pero no un gran hombre en general con tal grado de excelencia. Curiosamente, en algún momento pone de referencia al Duque de Alba.

Sobre este mismo tema escribe el ensayo Tres buenas mujeres (XXXV), curioso y entretenido, dejando al margen su conocida misoginia, muy común en esos tiempos. A la hora de elegir a las mujeres empieza con la frase: "No las hay a docenas, como todo el mundo sabe; y en particular en los deberes del matrimonio". Sus tres elegidas son una mujer de origen humilde, esposa de un vecino de Plinio el Joven, y dos mujeres nobles y ricas, Arria, esposa de Cecina Peto, y Pompeya Paulina, esposa de Séneca. Igualmente, señala a tres hombres en otro ensayo, con el título de Los hombres más excelentes (XXXVI). En este caso los elegidos son Homero, Alejandro Magno y, sobre todo, Epaminondas. En estos dos ensayos se puede disfrutar de historias curiosas contadas de forma amena y entretenida con un punto de ironía.

Continuaremos (Ver post sobre el Libro III).

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