Un gusto leer este libro, Elogio de la infelicidad, reeditado el año pasado, en el que se reúnen nueve artículos escritos entre los años 2000 y 2004 por Emilio Lledó. Se trata de un esfuerzo muy loable de reunir ensayos diversos en los que Lledó reflexionaba sobre lo que considera la dura supervivencia en un mundo en el que está continuamente presente la desdicha. Recomienda, primero, reconocerla y, después, esquivar la infelicidad mediante la lucha, dentro de nuestras posibilidades, para ser nosotros mismos.
Lledó se sorprendió hace años de que la felicidad en la Grecia clásica se relacionara al principio con la tenencia de bienes materiales repartidos por los dioses, o un daimon (duende), de una forma aparentemente aleatoria. Así, el bienestar se debía a la ausencia de angustia por el "bientener". Después, los griegos empezaron a describir un universo más abstracto, más allá de la referencia a las cosas, y se empezó a asimilar el bienestar a un "bienser". Se hizo así presente el mundo de los sentimientos, todo ello procedente del concepto de "mismidad" que utiliza Lledó con profusión en varios artículos del libro.
Se buscaría entonces una paz interior, al estilo de Epicúreo, que solo se vería perturbada por las miserias que nuestra mirada descubre en la vida colectiva, a no ser que esa mirada esté ya contaminada o insensibilizada por el ansia de tener. Es una felicidad amenazada. Pero esa inseguridad es a la vez un acicate para alcanzar una vida confortable, que nos empuja en la dirección de una felicidad personal, imposible si no se tiene la compañía y la felicidad de los demás: "Una utopía paradójicamente a mano, y que solo puede alcanzarse en el reconocimiento y aceptación de la insalvable finitud de nuestra generosa infelicidad".
Para desarrollar su tesis recoge varios ensayos muy filosóficos, lo digo con doble sentido, en los que a veces se extiende y recrea, un poco disperso, girando el foco a otros temas aledaños pero que se leen muy bien y al final consolidan la estructura del argumento. No solo la corporeidad, la amistad o la ciudad sino también, y eso sí es algo central en el argumento del libro, sobre el mito descrito por Sócrates en El Banquete de los hombres castigados y demediados por los dioses por intentar emularlos. Así, eternamente buscamos nuestra otra mitad, nuestro símbolo, porque somos simbólicos, o sea seres quebradizos: "nuestro pobre ser simbólico se condena, entonces, a un continuo vagar en la infelicidad".
A raíz de esta búsqueda Lledó afina un párrafo definitivo y absulutamente magistral: "Esa mitad de nuestro ser es nuestro patrimonio. Un patrimonio que se hace o deshace, según como lleguen a nosotros esas palabras que -en el aire de la sociedad-, se conjugan con nuestra inteligencia o flaqueza, mostrándonos, para superar esta clausura, el espacio de otros seres. Ese territorio que nos completa es un territorio que nutre la amistad y el amor, por mucho desamor y enemistad con que esté lleno el mundo, y lo que nos empuja siempre a buscar las otras mitades perdidas. En esta búsqueda vemos la existencia como una necesidad de interpretación, de inteligencia hacia lo que nos rodea. Con ello, damos a los latidos de nuestro corazón la única posibilidad de trascender hacia los otros en los que, de alguna manera, se eterniza el paso efímero de los días".
Otro aspecto fundamental en el argumento central del libro es la importancia del lenguaje, de las palabras, tomando como referencia paradigmática la Atenas "ciudad de las palabras". Ya lo dijo Nietzsche, que consideraba el lenguaje como el único puente de unión entre seres eternamente separados. Y Lledó añade sobre el lenguaje y la literatura que "toda verdadera liberación, todo gozo de vivir y de sentir, empieza en nuestra mente y esa mente necesita también alimentación y sustento. Las palabras son la sustancia de las que la inteligencia se nutre".
Quizás el artículo que más me ha gustado es el que tiene por título Conócete a ti mismo, que volveré a leer y disfrutar cuando pase un tiempo. Desarrolla en él el consejo del oráculo de Delfos de plantear la existencia desde los niveles de la reflexión y el autoconocimiento, ampliando el "quiénes somos" a la respuesta que den los demás de nosotros, lo que implica un encuentro de "mismidades". Y como Sócrates dejó dicho, que no escrito, si nos conociéramos a nosotros mismos también podríamos descubrir la forma de cuidar de nosotros. Concluye Lledó, "conocerse a sí mismo es, en definitiva, un deseo que siempre podemos asumir como un imperativo moral que, individualmente, reclama lucidez y claridad en el motor que origina nuestras decisiones".