Como ya dije en un post anterior, me llamó la atención el filósofo Aurelio Arteta, gracias a una entrevista publicada en El PAÍS, y me propuse seguir sus pasos. Así que tenía muchas ganas de leer este libro, A pesar de los pesares. Cuaderno de la vejez, que publicó en octubre de 2015. Entre otras cosas porque es un tema que cada vez lo tengo más presente. Pero también por lo que dice acerca de que lo que no se cuenta deja de existir, perece para siempre, y porque confiesa que escribe para aclararse a sí mismo, para saber quién es antes de dejar de ser. Esa es la justificación de este blog pero dicho con bellas palabras.
El libro es un dietario que incluye apuntes sobre pensamientos que le venían a la cabeza sobre algo que ya sentía cercano, la vejez. Empezó en el año 2006, sin ningún propósito de publicarlo. Después, al ir depurando esas meditaciones, se acordó de las palabras de Canetti que le animaron a publicarlo: "Todo lo que anotamos tiene un ápice de esperanza, por mucho que proceda de la desesperación". Ambas nos acompañan en cualquier coyuntura pero, reflexiona Arteta, en la vejez es donde juegan su última partida y, confiesa con amargura, al final ganará la desesperación.
Pero anima a que sea una desesperación serena y no rabiosa... "sea como fuere, una vejez pensada tiene que ser por fuerza distinta de una vejez simplemente vivida... es distinto ser viejo que sentirse viejo". Por eso nos conmina a vivir el día a día de la vejez con naturalidad, entre la introspección y la mirada atenta al mundo y sin hurtar nada a la meditación.
El hecho de que el libro sea una serie de reflexiones, sin estructura aparente, hace que termine siendo demasiado heterogéneo, sin ritmo, como un coloquio en la intimidad. Pero no importa, es una delicia leerlo, saltando de frases certeras a aforismos que te llegan, y te llenan, o a citas clásicas que corroboran sus acertadas aseveraciones. Es una gran lección de realismo pero también de motivación. Hay que leerlo!, sobre todo las personas mayores.
Son innumerables los momentos en los que o bien te hace reflexionar o te aclara algo que tenías en la mente y no sabías cómo expresarlo. Por ejemplo, cuando habla del tiempo. Puede sonar a simpleza pero Arteta nos recuerda que el tiempo es irrecuperable y la vida también, hacia detrás y hacia delante. Lo que has hecho no puedes dejar de haberlo hecho y lo que no has hecho ya es tarde para hacerlo, ahí queda todo para siempre. Además, el tiempo es limitado, tenemos la percepción de que se nos escapa por lo que lo más adecuado es aprovecharlo, y sobre todo cuando se tiene bastante más pasado que porvenir, porque el tiempo es el bien más buscado y el medio para lograr o disfrutar de lo demás.
Considera la vejez como la fase más difícil del ser humano porque es la época del examen de todo, en que la vida entera queda por fin a la vista y eso puede ser insufrible. Así, la peor vejez es la de quien no puede perdonarse a sí mismo sus errores y cobardías del pasado, de ahí las trampas y las mentiras que nos hacemos en ese examen. La vejez también es la edad de la impotencia porque ya hemos sido, se ha malogrado definitivamente lo que algún día pudimos ser, no fuimos y ya no seremos jamás. Y es que divide la vida de un hombre en tres fases temporales: la de aún no, la de ahora sí y la del ya no.
Frente al miedo a la muerte, entiende más un sentimiento de inconsolable pena por abandonar la vida humana, la tristeza de despedirse de tanta maravilla y belleza, dejar sin cumplir tantos proyectos y sin plasmar tantos ideales. Cree que algo tan excepcional como nuestra vida merece menos rechazo y más agradecimiento. La relación con los padres es para Arteta la prueba más acabada de que siempre devolvemos muy poco y con retraso.
En algún momento hace una gran reflexión sobre la enfermedad del Alzheimer: Preocupado no sólo porque se olviden cosas sino porque "ya no seré yo y seré en realidad nadie". Le aterra imaginar que ese ser no sepa ni que está vivo, ni se pregunte quién es el que se está muriendo.
Al final de todo, una moraleja muy clara: mejor haber nacido. Hay desesperación pero también hay esperanza y alegrías. Si gracias a los avances científicos, médicos y culturales se nos han dado unos años más de vida lo que hay que hacer es llenarlos de vida y eso solo depende de nosotros, con abstracción de nuestras circunstancias. Hay que conseguir una existencia más plena. Digna de ser vivida a pesar de los pesares de la vejez.
Termina el libro con un magnificado ultimo capitulo en el que se adentra en los posibles antídotos para la vejez. Sobre la disyuntiva de si vivir deseando como un joven, mientras los demás nos advierten de que ya no nos corresponde huir de la enojosa realidad que nos desmiente, o sentirnos viejos, quizás cayendo en el desánimo porque hemos cedido a lo que los demás quieren.
Para él lo mejor es viajar con una maleta pequeña, aprender a desprenderse, a soltar ataduras, siempre vivir para seguir viviendo, porque "mientras hay esperanza hay vida". Para ello establece la valentía como requisito imprescindible. Y finaliza asegurando que no hay antídoto más potente para la tristeza del viejo, como de cualquier ser humano, que el amor que le prestan los demás porque su dolor está hecho de despedida, soledad y pérdida. También el amor del viejo a los otros pero este es más difícil porque le supone salirse de sí cuando lo que le apetece al viejo es atrancar sus puertas y ventanas.