Varias veces he pensado en publicar un post sobre el auge de libros, páginas, gurús, apps, etc., de lo que se empieza a denominar como la "industria de la felicidad". Dentro de este gran paraguas hay cosas interesantes pero, lamentablemente, hay mucha basura. Sin ir más lejos, hace unos días hable de un tema relacionado (Ver post) que se puede considerar como un caso paradigmático de la mala utilización de una palabra tan bonita como FELICIDAD.
Nos podemos preguntar por qué la felicidad se ha convertido en una industria boyante, y por qué, con otros fines más altruistas, hay muchos científicos dedicados a estudiarla, medirla y facilitar su disfrute al mayor número posible de personas. Médicos, psicólogos, neurocientíficos e incluso economistas y políticos se empeñan en la tarea de buscar las claves de esta mágica palabra que desde los tiempos de los clásicos griegos ya estaba en boca de todos, pero siempre había sido un tema estudiado preferentemente por los filósofos o más tarde por los sociólogos y psicólogos.
Incluso antes, los primeros líderes religiosos, profetas, filósofos o visionarios, como se les quiera denominar, teorizaron sobre conceptos relacionados con la felicidad. Eran tiempos en los que se empezaba a pensar en la existencia del bien y el mal y de la necesidad de mantener un comportamiento virtuoso adecuado para alcanzar la felicidad, tanto en esta como en otra vida, que se daba por hecho que existía. Ya sea en las primeras religiones proféticas monoteístas como en otras religiones más contemplativas y alejadas de nuestra cultura occidental, en todos ellas, oriente y occidente, se hablaba ya de buscar la felicidad.
Estas tempranas visiones de la felicidad coincidieron en dos cosas básicas, primero en aconsejar un comportamiento personal de acuerdo con unas normas éticas preestablecidas. Segundo, por un énfasis en la relación con los demás semejantes en el sentido de ser generosos y procurar nuestra felicidad a través de procurársela a los demás.
Desde aquella época, y no es el momento de profundizar en ello, la felicidad se ha considerado como una meta a alcanzar pero estas dos premisas han ido evolucionando o desapareciendo y hoy día, creo yo, hay dos temas que han propiciado este auge de la industria de la felicidad. Primero, la evidente proliferación de los casos de estrés y depresión en esta sociedad basada en las prisas, la competencia, el materialismo, la deshumanización, el individualismo, etc... Segundo, la revolución tecnológica que permite no solo acercarse a la felicidad con nuevas herramientas de estudio sino que permite la monitorización de los gustos de los ciudadanos y la inducción imperceptible de que parece casi obligado se felices. Primero se provoca la necesidad y después se redirige el consumismo.
La parte positiva de esta situación es que la ciencia está haciendo grandes avances, de los que hemos hablado aquí bastante, y cada vez se dispone de más información muy útil para luchar contra las enfermedades psicosomáticas y diseñar políticas públicas que intenten paliar sus consecuencias socioeconómicas.
La parte negativa del asunto es que siempre que hay interés, espontáneo o inducido, hay negocio detrás, y aquí lo hay porque la gente quiere saber cómo puede mejorar su bienestar. Aparece la mercantilización, se acaba el altruismo y se acude a la producción en masa, la banalización y el consumo basura que caracteriza a cualquier sociedad capitalista, una pena.
Es un tema interesante y complejo sobre el que se puede hablar largo y tendido pero el mensaje último debe ser que hay que tener cuidado con todo lo que se vende como la panacea para alcanzar la felicidad. Sobre este tema recomiendo leer las aportaciones de William Davies, sociólogo y economista, profesor en la Universidad de Londres, que entre otras cosas ha escrito el libro La industria de la felicidad, uno más de los que tengo en la lista de espera para leer. Atentos!