La vida interior de los animales es difícil de estudiar. Pero cada vez hay más evidencias de que puede ser mucho más rica de lo que la ciencia pensaba. No solo es el ejemplo de unos delfines que parecían querer dar de comer a sus cuidadores (hecho ocurrido en las costas de Queensland, Australia, en 1998), hay otros muchos casos. De esto se habla en un artículo (Animals think, therefore…) aparecido en un número especial de Navidad de la revista The Economist. Creo muy interesante su lectura.
Charles Darwin pensaba que las capacidades mentales de los animales y las personas difieren sólo en grado (The Expression of Emotions in Man and Animals), muy al contrario de lo que se pensaba tradicionalmente en Europa. Como aseguraba René Descartes, los animales no tenían mentes, ¡en absoluto!, o como expresaba uno de sus seguidores, Nicolas Malebranche: "Comen sin placer, lloran sin pena, crecen sin saberlo: no desean nada, no temen nada, no saben nada". Eso es lo que se creyó también mayoritariamente durante gran parte del siglo XX, sobre todo porque los animales parecían ser como unas cajas negras en las que era imposible estudiar sus emociones o pensamientos, más allá de una observación objetiva incontrastable.
Pero en 1976, Donald R. Griffin, un profesor de la Universidad Rockefeller de Nueva York, argumentó en su libro The Question of Animal Awareness que los animales podrían pensar y que su capacidad podría ser estudiada científicamente. Posteriormente, durante los últimos 40 años, ha habido muchos trabajos, tanto de campo como en laboratorios, que se acercan más a la opinión que sostenía Darwin respecto a las capacidades mentales de los animales, aunque el progreso no ha sido fácil ni rápido.
Lo cierto es que ahora la mayoría de los científicos creen que se puede asegurar sin miedo a equivocarse que algunos animales procesan determinada información, expresan emociones en formas compatibles con experiencias mentales y que cuentan con algunas capacidades mentales antes atribuidas exclusivamente a los humanos. Incluso, algunas especies animales (primates, córvidos y cetáceos) tienen algo cercano a lo que en el hombre es considerado como cultura, en el sentido que desarrollan formas distintivas de hacer las cosas que se transmiten por imitación o ejemplo.
Tal comportamiento es difícil de entender sin imaginar una mente que procesa lo que ve y que tiene la intención de imitar las acciones de otros. Eso a su vez implica cosas interesantes sobre el cerebro, como por ejemplo la posible existencia de las conocidas como neuronas espejo, células nerviosas que se activan cuando la visión de una acción de otro individuo desencadena una respuesta semejante.
Pero decir que los animales pueden tener cierta base biológica para disponer de consciencia no es lo mismo que decir que realmente piensan o sienten. La prueba más común de la consciencia de uno mismo es la capacidad de reconocerse en un espejo, lo que implica que se está viendo a sí mismo como un individuo diferente de los demás seres.
Otra prueba de la posible personalidad animal es la capacidad de experimentar placer o dolor, de sentir emociones. Los animales obviamente muestran emociones como el miedo, pero esto podría ser instintivo. Otros animales parecen mostrar piedad, o por lo menos preocupación, por los miembros enfermos o heridos de su grupo. También ha habido observaciones de animales que modifican su comportamiento para ayudar a las criaturas de una especie diferente.
Si los animales son conscientes de sí mismos, conscientes de los demás y tienen cierto grado de autocontrol, es lógico pensar que comparten algunos de los atributos que se utilizan para definir la personalidad de los humanos desde un punto de vista de la ley. Luego, si muestran las emociones y sentimientos en formas que no son puramente instintivas, también puede decirse que sus sentimientos deberían ser respetados en la forma en que los sentimientos humanos lo son por las leyes.
Otro tema interesante es que los animales se comunican todo el tiempo y no necesitan grandes cerebros para hacerlo. Más impresionante aún son animales, como algún chimpancé, que fue enseñado a utilizar el lenguaje de signos por dos investigadores de la Universidad de Nevada.
Aparte del lenguaje, hasta hace poco la cultura se ha presentado como una segunda característica esencial de los humanos. Entiéndase por cultura a aquellas formas complejas de hacer las cosas que se transmiten no por la herencia genética o la presión ambiental sino mediante la enseñanza o la imitación. Según esto, cada vez es más claro que otras especies tienen sus propias culturas. Es más, la mayoría de las culturas distinguen entre los individuos de un grupo y los extraños a él y los animales no son ninguna excepción en esto.
Dentro de esta capacidad de transmitir y comunicar, es conocido que la habilidad necesaria para hacer y usar herramientas se enseña también en los animales. Y no es el único ejemplo, hay casos de enseñanza de técnicas de caza entre los animales. Un ejemplo curioso, incluido en el artículo, son los suricatas. Estos animales se alimentan de escorpiones a los que necesitan desactivar el veneno antes de cazarlos. Esta necesidad es enseñada por los adultos a los más jóvenes en pasos progresivos. Primero enseñan cómo desactivar al escorpión y dejan que los jóvenes acaben con él. Después dejan a medio hacer la tarea de desactivación para que sea finalizada por los jóvenes y, finalmente, el joven aprendiz estará listo para cazar un escorpión por sí mismo siguiendo todo el proceso.
Otra gran evidencia es que existe una relación patente entre la mente y la sociedad, tanto entre los humanos como en los animales. Los animales salvajes con los más altos niveles de cognición (primates, cetáceos, elefantes, loros) son, al igual que las personas, especies de larga vida que viven en sociedades complejas, en las que el conocimiento, la interacción social y la comunicación son un beneficio añadido. Parece razonable especular que sus mentes, como los humanos, pueden haber evolucionado en respuesta a su entorno social y ser en eso similares a los humanos. Sin embargo, tal vez lo más característico de las culturas humanas es que cambian con el tiempo, basándose en los logros anteriores, por ejemplo con la tecnología, y eso no se ha observado en los animales, de momento.
Hay mucho más que aprender sobre las mentes de los animales. En el artículo se ofrecen ejemplos de referencia con historias reales de delfines, elefantes, ballenas, loros, babuinos y orcas. En definitiva, por lo que se conoce hasta ahora, no hay animales que tengan todos los atributos de la mente humana pero sí casi todos los atributos de la mente humana se encuentran en algún animal u otro, por lo que se puede deducir que no estamos tan lejos de ellos.