24 jul 2018

Convivir con nuestras propias contradicciones

Cuando leo que alguien confiesa que tiene más preguntas que respuestas, y es creíble él o lo que dice, siento un gran respeto por esa persona, mejor dicho no por ella sino por lo que piensa. De igual forma, cuando escucho que alguien confiesa que tiene muchas dudas sobre algo me ocurre algo parecido. Pero, muy al contrario, cuando oigo a alguien que su asertividad va más allá de lo razonable o conveniente, o que siempre va un paso más allá en cualquier tema que surja, porque él ya lo sabía o lo había experimentado, lo que siento en más pena que otra cosa.

Esto viene a cuento por varias y recientes lecturas que me han hecho pensar en lo que cada persona representa como individuo, lo que piensa, sus principios, su comportamiento y el respeto que sobre todo ello debemos guardar los demás.

Nadie merece una adhesión inquebrantable a lo que dice o hace, salvo el respeto debido por el mero hecho de ser persona. Más allá de eso, nuestra condición de individuos no impide separar y extraer aquello que nos convenza de sus ideas, hechos o comportamientos y desechar aquello con lo que no estamos de acuerdo. Eso no significará de ninguna manera que estamos degradando a nadie. De hecho, una de las premisas de la psicología positiva se centra en no criticar a las personas sino a sus hechos. Ni siquiera aquellas personas con las que tenemos algún lazo familiar o de amistad tienen garantizada esa adhesión inquebrantable. Por lo menos esa es la teoría y así debería ser si queremos ser mínimamente coherentes.

Porque todos estamos llenos de contradicciones en nuestro interior de las que intentamos huir con más o menos éxito. Unos las reconocen e incluso las exponen públicamente y hacen profesión de ello y otros, seguramente los más, tratamos de disimular e intentar explicar nuestros tropiezos e incoherencias sin mucho éxito.

Entre las lecturas que he comentado al principio y que me han hecho pensar están algunos artículos sobre el cineasta Ingmar Bergman con motivo de que este año se conmemoran los cien años de su nacimiento, siempre hay algo que celebrar si se tiene interés! Para los que tenemos una edad ya respetable el nombre de Bergman nos trae a la memoria grandes tardes de cine disfrutando de una irrepetible cadena de obras maestras con temática, intensidad y desarrollo muy diversas, todo ello fruto de una personalidad compleja llena de contradicciones, y bastantes inseguridades como confesaba en sus memorias, que no tuvo ningún reparo en exponer públicamente hasta el infinito y más allá.

Eran años en los que estaba en pleno auge mi afición al cine fruto de mi paso por el instituto Ramiro de Maeztu y mi asistencia a las sesiones de cinefórum organizadas por la Asociación de Antiguos Alumnos, estoy hablando de los años 70 del siglo pasado. Allí se veían y se discutía sobre películas que difícilmente entraban en las salas comerciales. Recuerdo especialmente un ciclo de películas del húngaro Miklós Jancsó algo duras de asimilar, tengo que confesar. De ahí vendrían otras sesiones de cinefórum en diversos colegios mayores en los que tenía una presencia importante Bergman.

Sus películas, siempre relacionadas con la compleja vida interior del ser humano y sus relaciones, me provocaron muchos momentos de reflexión, suponían cambios continuos de situación que no eran más que reflejo de sus propias contradicciones y miedos manifestados en una variada gama de expresiones de creatividad que ofrecía a los espectadores sin ningún pudor. Otro tema a tener en cuenta, que influyó claramente en sus películas, fue su complicada y desequilibrante vida amorosa, pero eso no es tema para este blog.

No es el lugar apropiado para extenderse sobre temas de cine pero sí me gustaría recordar brevemente la rica diversidad de películas de Bergman como, por ejemplo, la intimista Fresas salvajes, la lúgubre El séptimo sello, la agobiante y lenta conversación entre dos mujeres, enferma y enfermera, de Persona (las conocidas Liv Ullman y Bibi Andersson), hasta la finalista y colorista Fanny y Alexander. Transitando entre medias por películas como Gritos y susurros o Secretos de un matrimonio. Pero si hay una película que lo define todo, por lo menos para mí, esa fue La Carcoma (The Touch), me gustaría verla otra vez y la recomiendo. Seguro que se me olvida alguna.

Casi simultáneamente, hace unos días leí un artículo basado en una entrevista a Antonio Escohotado, como siempre sorprendente e interesante. Allí se despachaba a gusto, entre otras cosas, sobre las contradicciones ideológicas de Erich Fromm reflejadas en su libro Miedo a la libertad, que por cierto tengo a medio leer y de lo que hablaré en este blog después del verano. De él dice que era "un subnormal profundo" por sus contradicciones, siendo del partido comunista y criticando los mercados pero viviendo de vender y comprar casas y acumular cuentas corrientes. Evidente contradicción pero un poco traída por los pelos. Pero lo sorprendente es que al mismo tiempo habla de Cristiano Ronaldo del que además de decir que es un pesado, asegura que lo pondría como ejemplo para sus hijos y nietos por su seguridad en sí mismo y su capacidad de arriesgar. ¿Cabe mayor contradicción en menos espacio? Creo que solo es posible en una personalidad tan compleja y por tanto tan contradictoria como Escohotado.

Se podría escribir sobre muchos personajes de los cuales es necesario separar su persona de su realidad, sus ideas, creaciones o comportamientos, todos ellos llenos de contradicciones salvo muy pocas excepciones. El corolario de todo esto debe ser que somos así de imperfectos y que difícilmente habrá una persona con la que estemos al cien por cien de acuerdo, a la que admiremos en su totalidad, igual que nunca habrá una persona con la que tengamos cero coincidencias. De todos se puede obtener algo positivo, sin excepción porque todos convivimos con nuestras contradicciones, lo importante es darse cuenta de ello, ánimo!!!

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