Este libro, Vivir bien la vida, tuvo un gran éxito editorial, seguramente justificado por quien es su autora y por la fuerte campaña de marketing que lo soportó. Pero leerlo, además de que se hace en menos de una hora, deja la sensación de que aporta pocas novedades, salvo alguna frase ingeniosa y algún detalle personal. Su contenido se resume en dos ideas: los beneficios del fracaso y la importancia de la imaginación.
Su hipótesis de partida es que la valentía es esencial a la hora de afrontar el fracaso y vivir bien la vida, tan importante como cualquier parámetro que mida el éxito. Para ello, aconseja elegir metas alcanzables, como primer paso hacia la superación personal. Segundo, decidir por uno mismo qué es lo que constituye el fracaso, prescindir de lo superfluo y, finalmente, tras tocar fondo, rehacer la vida.
En segundo lugar, basada en su experiencia en el departamento de investigaciones africanas en la sede de Amnistía Internacional en Londres, valora la imaginación como la mejor fuerza. Nos permite empatizar con otros seres humanos con vivencias completamente distintas a las nuestras, aprender sobre la bondad humana para poder imaginar una vida mejor y arriesgarse.
Hace un último elogio de la amistad que queda bastante difuso y poco convincente.
Al final, con lo que me quedo es con su insistencia en la importancia de arriesgarse aunque eso pueda llevarnos al fracaso, completamente de acuerdo. En eso, "el poder de la imaginación nos permitirá perder el miedo y explorar las infinitas posibilidades que ofrece la vida".
Replico aquí dos sentencias que incluye en su discurso que me han parecido interesantes:
- Plutarco: Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad exterior.
- Séneca: Como una obra teatral, así es la vida: importa no el tiempo, sino el acierto con que se ha representado.