2 may 2018

Las reflexiones del viejo profesor Aranguren sobre la felicidad II. La felicidad como perfección

En el anterior post quedó pendiente el desarrollo de la definición de López Aranguren sobre las tres determinaciones abstractas de la felicidad: el placer, la virtud y la contemplación. En cada una de ellas el profesor se explaya en distintas consideraciones filosóficas en las que aparecen, además de los pensadores ya citados, filósofos como: Epicuro, san Agustín, Platón, Zubiri, Séneca, etc. Estaría fuera del propósito de este blog y de mis conocimientos una mención extensa de sus reflexiones por lo que me limitaré a ir directamente a sus conclusiones sobre las tres determinaciones y sus conclusiones generales.

Respecto al placer, su conclusión, de la mano de Aristóteles, es que no hay felicidad sin placer, la felicidad implica el placer y una y otro son inseparables. Pero existirían dos visiones, como señaló santo Tomás, la de quienes ponen la felicidad en la virtud con el placer (que llama "fruición"), entrando ambas ex aequo, y la de aquellos para los que la felicidad es la virtud con el placer, pero considerando a este secundario.

En cuanto a la felicidad como virtud, es conocido que Aristóteles define la felicidad como "un acto u operación del alma conforme a la virtud perfecta". La felicidad plena residirla en el perfecto ejercicio de todas las capacidades que posee el hombre. Y ¿cuáles son las que deciden?, se pregunta. Apoya la visión del pensamiento de Aristóteles, en equilibrio entre el socrático-platónico y el estoico-epicúreo.

Por un lado, para Platón las virtudes intelectuales son el objeto mismo de la ética y la manera por la que se accedería a la felicidad, concebida no sólo como contemplación sino también como participación en la Idea del Bien. Como dijo Sócrates, nadie haría el mal sino por ignorancia. Por otro lado, tanto los estoicos como los epicúreos exaltan el ideal del sabio, "único hombre feliz", pero como saber práctico. Con estas reflexiones, se acoge a Aristóteles para afirmar: "El hombre está ligado a la felicidad, tiende por naturaleza a ser feliz. La virtud por la virtud, sin apetito, sin fruición, sin amor, es contra natura".

En tercer lugar, respecto a la felicidad como contemplación, y siguiendo nuevamente a Aristóteles, puesto que ni el placer ni la virtud por separado constituyen la felicidad se propone un elemento que los envuelve a los dos y es la contemplación, que "nos levanta sobre nuestra mortal condición y nos inmortaliza cuanto es posible". Por tanto, y en conclusión, la felicidad consiste en contemplación. Pero contemplación de ¿qué? Aquí aparecen santo Tomás y san Agustín para afirmar que el fin último no puede consistir más que en la visión de Dios. Con la iglesia hemos topado y Aranguren, cristiano convencido, se deja seducir.

Y en esa línea, después de seguir la determinación del bien supremo, la felicidad, por tres vías diferentes, virtud, contemplación y fruición, y concluido que ninguno por separado es suficiente, define que se requieren los tres juntos. Pero aun con esta reunión no se alcanza la concreción de la felicidad, se sigue en un plano abstracto. Y se pregunta, ¿cuál es el bien concreto cuya contemplación y fruición proporciona la felicidad?, si es que existe ese bien y constituye el objeto propio de una ética autosuficiente. La felicidad es nuestra propia perfección y nuestra perfección está en Dios, que está en nosotros, en él vivimos, nos movemos y somos.

Pero hay una limitación, avisa, hay un horizonte: la muerte. Recuerda que nadie ha meditado mejor que Ortega y Gasset sobre el carácter utópico de la felicidad y del hombre, que tiende a ella sin poder alcanzarla. Ortega distinguía entre nuestra vida proyectada y nuestra vida efectiva y real y la coincidencia de ambas es lo que califica como el prodigioso fenómeno de la felicidad: "la vida es constitutivamente un drama, porque es siempre la lucha frenética por conseguir ser de hecho lo que somos en proyecto".

Finalmente, resume sus especulaciones en un párrafo antológico que creo muy bien resume sus intenciones al hablar de la felicidad dentro de un libro de muy elevadas reflexiones en torno a la ética y la moral. Aclara que su objetivo, en el pequeño espacio dedicado a la felicidad, es, entre otras cosas, "huir tanto de la interpretación de la doctrina de la felicidad como un eudemonismo, frente a la cual hemos subrayado la dimensión de la felicidad como perfección, ethos, modo de ser o conformación de la personalidad, sancionada, por gracia, con una dicha o beatitud que trasciende el providente orden oculto y problemático del mundo".

Al final, después del laberinto, algo ha quedado, pero me sigue pareciendo un libro muy complejo del que no sé si he llegado a entender en su totalidad lo que Aranguren quería decir sobre la felicidad.


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