Cuando la polémica sobre la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan está todavía caliente, se nos va alguien que tendría tantos méritos o más para recibirlo como es el canadiense Leonard Cohen (ya apareció en este blog antes), al que muchos debemos innumerables momentos inolvidables.
Algunos lo descubrirán ahora, con motivo de sus numerosas hagiografías, y de amigos "que lo conocieron aquel día que...", que se avecinan. Otros lo llevamos disfrutando muchos años y admirando su creatividad, honradez y sabia ironía, agudizada con los años. Hemos disfrutado de sus poesías, canciones y su voz cercana, aunque algunos dicen que no cantaba, que recitaba o, más poéticamente, que susurraba. Puede ser que no fuera un gran cantante pero no le hacía falta. La música y la poesía siempre hacen un maridaje eterno y sublime en voces como la suya.
En la reciente polémica sobre Dylan, Cohen intervino asegurando que "el Nobel a Dylan es como ponerle una medalla al Everest", frase suficientemente clara y muestra paradigmática de su poética sabiduría.
No voy a contar aquí su vida porque ya lo harán muchos expertos. Baste este post como homenaje por todos esos momentos que nos ha ofrecido. Siempre recordaré un viaje, en los primeros años de la década de los 80, por las carreteras de la Costa Brava y el sur de Francia, con visita incluida a la tumba de Antonio Machado en Colliure, en compañía de mis amigos Paco y Pepi. Íbamos escuchando sus primeros discos y disfrutando de sus eternas canciones, como, por citar algunas de ellas: Bird on the wire, Tonigt will be fine, Suzanne o So long, Marianne.
GRACIAS LEONARD, espero que te encuentres en algún lado con Marianne y disfrutéis juntos de lo que haya más allá. Y gracias tambien por avisarnos en tu último disco, You want it darker, de que estabas pronto a partir.