La historia de Sócrates es suficientemente conocida. Los problemas con sus conciudadanos de Atenas también, así como el trágico final de esta relación. Lo juzgaron y condenaron por unas razones bien distintas a lo que se piensa que era el motivo principal, la mala relación entre el pensador y la ciudad. Este es el argumento en que está fundado este ensayo, Sócrates furioso. El pensador y la ciudad, del catedrático de Ciencia Política Rafael del Águila, que fue finalista del XXXII Premio Anagrama de Ensayo en 2004. Tenía el libro por ahí perdido y por fin lo he leído; estas son mis reflexiones desde el punto de vista de este blog.
Lo primero que quiero decir es que el inicio del libro es muy atractivo y te engancha, pero a medida que se avanza el autor se va enredando en cavilaciones colaterales, para mí claro, que complican la lectura y distraen del objetivo perseguido. Por momentos hay que vencer las ganas de abandonarlo y esperar que en algún momento pueda recuperar el interés pero, aunque es cierto que ofrece algún último oasis de brillantez, mi impresión general es que el libro es espeso y aporta poco, sobre todo para los temas que tratamos aquí, con todos mis respetos al autor y al jurado que le concedió el premio.
El término "Sócrates furioso" se refiere a la indignación ante la resistencia del mundo a dejarse moldear por la palabra del sabio. Pero la tesis del autor es que no es Sócrates el que se muestra furioso ante el mundo sino es él el que enfurece a los demás por su actividad reflexiva. Algo que procede del daimon, la voz interior que le ordena vivir filosofando y le prohíbe dejar de hacerlo. En esa tarea el elemento esencial es la "ironía socrática", una fuerza pedagógica para la transformación de sus conciudadanos.
Pero vista la ciudad como un ente con opinión única y homogénea, se presenta a Sócrates como el primer y mejor ejemplo de las tensiones entre el pensador y la ciudad. Se le considerará indistintamente como víbora, pez, partera y tábano mientras él se enfrenta al estudio de cómo luchar contra el mal. Y ¿qué es la "falacia socrática"?, pues que el pensamiento conduce al bien y que el bien siempre produce bien, mientras que el mal siempre produce mal. Sócrates sostiene que aceptar los principios siempre produce efectos beneficios, pero según el autor lo cierto es que esas ideas atractivas sucumben en su contraste con la política.
Es el momento en que el autor se adentra en el análisis del mal presente en el mundo, incluidas incursiones en el pensamiento de Kant o Maquiavelo, antítesis de Sócrates, y es cuando el tema se enreda por vericuetos más de ciencia política poco atractivos. Para Rafael del Águila el remedio al mal une pensamiento y política ciudadana con lo que se consigue nuestra única oportunidad de luchar contra el mal, la ciudad. Es un tipo de justicia no perfecta pero justicia al fin.
De todo ello me quedo, aquí y ahora, con sus comentarios sobre el "trilema" de Epicuro según el cual o bien Dios quiere evitar el mal y no lo hace porque no puede; o bien sí puede evitarlo y no quiere y entonces es síntoma de maldad; de lo contario si quisiera y pudiera por qué iba a existir el mal. Y, sobre todo, con su afirmación de que Sócrates no nos ofrece un saber sino una búsqueda...entonces ¿hay falacia o no?