Aristóteles se ocupa de la esencia de la felicidad en la Ética a Nicómaco. La felicidad, dice, consiste en desarrollar las virtudes relacionadas con la inteligencia, en concreto la sabiduría contemplativa. Su argumento es que toda actividad humana tiene un fin y ese fin es la felicidad. Pero distinguía entre lo que piensa el “vulgo” y los “sabios”, unos hablan de cosas concretas y tangibles, como el placer, la riqueza o los honores y otros de otra cosa más elevada. Incluso la misma persona piensa que la felicidad es algo distinto según su situación en un momento determinado.
Sin embargo, reconoce que, como ser humano, el hombre contemplativo necesitará también del bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud corporal, del alimento y de los demás cuidados.
Otro concepto importante en Aristóteles es que la felicidad no es un modo de ser, ha de ser considerada entre las cosas por sí mismas deseables y no por causa de otra cosa. Por ello, la actividad preferible para cada hombre será la que esté más de acuerdo con su propio modo de ser. Para el hombre bueno será la actividad de acuerdo con la virtud y, por lo tanto, sólo el placer del hombre ético es placer y, como tal, bueno.
La felicidad no reside en la diversión, sería absurdo que el fin del hombre fuera la diversión. En cambio, divertirse para progresar después sí que está bien porque la diversión es como un descanso. El descanso, por tanto, no es un fin, porque tiene lugar por causa de otra.
En definitiva, la vida feliz se considera que es la vida conforme a la virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la diversión, o sea en la parte mejor del hombre: el intelecto y su capacidad contemplativa. Es más continua, agradable, independiente y buscada por sí misma.
Pero, el cumplimiento de unas condiciones fundadas ante todo en el vivir conforme a la razón no asegura la felicidad en su pleno sentido, aunque se podría asegurar que se sería infeliz si no se pudiera [o no pudiera intentarse] cumplirlos.
Para finalizar, un texto de Aristóteles que pertenece al inicio del libro II de la Ética a Nicómaco:
“Existen, pues, dos clases de virtud, la dianoética y la ética. La dianoética se origina y crece principalmente por la enseñanza, y por ello requiere experiencia y tiempo; la ética, en cambio, procede de la costumbre. …. De este hecho resulta claro que ninguna de las virtudes éticas se produce en nosotros por naturaleza, puesto que ninguna cosa que existe por naturaleza se modifica por costumbre. … De aquí que las virtudes no se produzcan ni por naturaleza ni contra la naturaleza, sino que nuestro natural pueda recibirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre”.