Viajando este verano cayó en mis manos un artículo del New York Times que creo interesante comentar aquí brevemente. Publicado el 16 de agosto por Bryan Caplan, profesor de la George Mason University y autor de Selfish Reasons to Have More Kids, el artículo reflexionaba sobre los esfuerzos que están haciendo los economistas y los psicólogos para desvelar los secretos de la felicidad y, en concreto, criticaba el libro The Happiness Equation. The Surprising Economics of Our Most Valuable Asset (La ecuación de la felicidad. La sorprendente economía de nuestro activo más valioso) de Nick Powdthavee, economista conductual de origen tailandés especializado en la economía de la felicidad.
El libro es un estudio de investigación que trata de determinar los principales determinantes de la felicidad basándose en otros estudios y termina siendo un libro compendio de lo que hasta ahora se ha estudiado. Deja claro que tres son los efectos que afectan a la felicidad, el pequeño efecto del dinero, el gran efecto del matrimonio y los amigos y, en tercer lugar, el "efecto masivo" de la personalidad. Tal es la influencia de la personalidad que incluso noticias extremadamente buenas (como ganar la lotería) y extremadamente malas (como la pérdida del esposo/a) raramente cambia la felicidad de un individuo más allá de un par de años.
También estudia en el libro el efecto de la felicidad en el éxito y aquí es concluyente: la felicidad actual o presente predice altos rendimientos en el trabajo, mejores relaciones y más años de salud para el futuro.
Para el autor del artículo, en el libro se plantean tesis de forma confusa y engañosa y se caricatura injustamente la profesión de economista como dogmáticamente hostiles al concepto de felicidad, todo por la dificultad de medirla. Caplan aconseja la lectura de otros libros similares pero mejores, según su opinión, como son Stumbling on Happiness de Daniel Gilbert, psicólogo de la Universidad de Harvard, y Gross National Happiness de Arthur Brooks, Presidente de la American Enterprise Institute.
El libro termina con dos preguntas: ¿Está la felicidad sobreestimada o sobrevalorada? y ¿Deben los gobiernos forzar a la gente a ser felices? Todo muy curioso.