El artículo está escrito por Jordi Jarque y se puede leer en este enlace: http://www.lavanguardia.com/20110826/54205625420/de-donde-viene-el-mal-humor.html.
Como siempre, por si se pierde incluyo una transcricpción del artículo:
¿De dónde viene el mal humor?, por Jordi Jarque (LA VANGUARDIA, 26-08-2011)
Todas las personas tienen sus límites, y cuando se traspasan aparecen agotamientos y enfados, como si la alegría se desvaneciera, aunque esta puede volver al poco tiempo. También están aquellos en quienes parece que el buen carácter brilla por su ausencia y pueden estar así varios días o toda su vida. ¿De qué depende?
Un amigo comenta que hace unos días intentó entrar en la web Elmalhumor.blogspot.com. Es una revista digital llamada El malHumor que va de eso, del mal humor en tono de humor. Y ese amigo se puso de mal humor porque asegura que no consiguió abrir la web y le bloqueó internet. También confiesa que afortunadamente, y aunque en aquel instante no solucionó el problema, enseguida se le pasó el enfado y quedó con unos amigos para dar un pequeño paseo por la playa o al revés, dio el paseo y se puso contento. El caso es que se le pasó. Pero no todo el mundo difumina tan rápidamente ese estado de ánimo. Hay a quien le dura todo el día o, más enigmático todavía, hay quien ya se levanta así, por no mencionar quienes están agrios todos los días del año. ¿Por qué sucede esto? ¿De dónde viene el mal humor?
El desencadenante puede ser cualquier circunstancia. Por ejemplo Marc Gascons, del restaurante Els Tinars, con una estrella Michelin, confiesa que le pone de mal humor no poder comer cuando el estómago le recuerda que tiene hambre. En cambio a Ricky Mandle, creador de los productos Delishop, le cambia el carácter cuando no encuentra lo que busca o “cuando esperas una cosa que no sucede. Cuando llegué de Nueva York hace más diez años y aterricé en Barcelona, no encontraba lima, me refiero a la fruta. Habitualmente tenías que ir al mercado de la Boqueria para comprarla porque no la encontrabas en ningún otro lugar. Ahora sí, está en muchas tiendas”.
Algunos expertos comentan que además de las expectativas no cumplidas, “hay quien se le cruza por la mente un mal pensamiento y eso le pone de mal humor”, como asegura José Elías, psicólogo, fundador y director del centro Joselías, de Madrid y unos de los pioneros en España en aplicar las técnicas de risoterapia. Diana Pérez, psicóloga y profesora de yoga en Madrid, añade que hay personas que parecen estar peleadas con la vida. Al escritor Shalom Auslander no le extraña demasiado encontrar malhumorados porque afirma que incluso “Dios está siempre cabreado”; pero parece que lo dice para mantener su propio mal humor a raya. Para Marta Centellas, psicóloga del centro Sum de Barcelona, el mal humor es un estado de ánimo en el que inciden muchos factores. Y Tal Ben Shahar, profesor de Psicología Positiva en la Universidad de Harvard, asegura que el enfado tiene su función, es como una válvula que cuando se abre alivia la presión a la que está sometida una persona ante una circunstancia que le afecta. Si alguien es despedido del trabajo, puede ser más productivo para uno mismo aceptar el enfado que produce tal circunstancia, que negarlo.
Hay otros estudios que incluso parece que ensalcen el mal humor. Al menos es lo que podría desprenderse del que se publicó hace casi dos años en la revista Science. Joe Forgas, coeditor de Frontiers, de la serie de psicología social de Psychology Press, de Nueva York, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sydney, Australia, y responsable del mencionado estudio sobre las emociones, asegura que el mal humor mejora las capacidades para afrontar los problemas porque son personas menos crédulas, piensan con más claridad y tienen una mayor capacidad comunicativa que los que están en permanente felicidad. “La irritabilidad, en dosis moderadas, tiende a promover un estilo de comunicación más concreto, más armonioso y, en definitiva, más exitoso. Mientras que el humor positivo parece promover la creatividad, la flexibilidad y la cooperación, el mal humor fomenta la melancolía y activa una forma de pensar más atenta, reflexiva y cuidadosa, lo que hace a una persona prestar más atención al mundo externo y le ayuda a lidiar con situaciones complicadas”. Para llegar a esta paradójica conclusión, Joe Forgas seleccionó a un grupo de voluntarios a quienes les indujo a sentir felicidad o molestia, a través del visionado de películas que tenían que vincular con experiencias personales. Y luego les pasó unos test. La investigación concluyó que los malhumorados e irritables cometieron menos errores y se comunicaron de manera más clara y directa que los que habitualmente se muestran alegres. El investigador lo achaca a la manera de procesar la información cuando se está de mal humor. Pero otros expertos consultados recelan de este tipo de estudios, sobre todo los psicólogos que pasan consulta habitualmente.
Marta Centellas explica que el mal humor, siempre que no haya trastornos neurológicos, es un estado de ánimo en el que generalmente se produce una negación de la realidad. “No están conformes con lo que esperaban, con la expectativa que habían depositado, y eso produce una frustración que puede traducirse en el enojo, el mal humor, que les hace ver las cosas todavía de forma más negativa”. Pero insiste en que esto se produce por una distorsión de la percepción del presente. “Trabajo mucho en centrarlo en el presente porque generalmente la gente está anclada en el pasado. Se vive el presente desde el pasado o desde los proyectos no cumplidos. Así que se niega el presente, se distorsiona. Esto produce tensión que quien la padece parece que está peleado con todo el mundo”.
Diana Pérez añade que las personas que están peleadas con la vida pueden ser demasiado egocéntricas. Todo les puede parecer poco y casi nunca las cosas están suficientemente bien. “El mal humor es estar en resistencia, en lucha con uno mismo porque te sientes mal contigo mismo, seas o no consciente de ello. El ego quiere conseguir cosas para sí mismo. Es como una fuerza centrípeta que quiere absorber y nunca es suficiente, como un agujero negro. No puede dar. No hay altruismo. Primero es yo, y después yo, siempre yo. Y se frustran porque no consiguen lo que quieren. Nada les parece bien. Evidentemente estoy hablando en el caso extremo, porque como en todo hay grados”.
No se trata sólo de palabras. Algunas investigaciones han querido comprobar hasta qué punto es fuerte el ego, qué sucede cuando se le quiere someter y si hay fuerza de voluntad para ello. Roy Baumeister, profesor de Psicología Social de la Universidad Estatal de Florida y Mark Muraven, profesor de Psicología en la Universidad de Albany en Nueva York, experto en los límites del autocontrol en la conducta del ser humano, acuñaron en los años noventa el término agotamiento del ego, según el cual, la fuerza de voluntad es un recurso limitado que cuando se sobrepasa se convierte en una pequeña bomba de relojería de mal humor. Así que casi no es extraño que algunos, al volver del trabajo estén de mal humor si han agotado su fuerza de voluntad para ejercer el autocontrol ante situaciones tensionales en su mundo laboral. También lo han constatado quienes han dejado de fumar. Parece como si el autocontrol del ansia por fumar no les dejara más fuerzas que manifestar mal humor. Controlar el ego para no decir barbaridades en el trabajo o para evitar caer en la impulsividad del consumo del cigarrillo disparara la furia de ego.
En ese sentido. David Gal, experto en psicología del consumo de la Northwestern University, y Wendy Liu, especializada también en conducta psicológica del consumidor de la Universidad de California, San Diego, han publicado este año en Journal of Consumer Research un estudio titulado Grapes of wrath: the angry effects of self control (algo así como las uvas de la ira: el enojo como resultado del autocontrol). La conclusión de su estudio es que las personas que hacen un esfuerzo para controlarse, manifiestan más reacciones de enfado. “La investigación ha demostrado que ejercer el autocontrol hace que las personas sean más propensas a comportarse de manera agresiva hacia los demás”. Y después explican que quienes siguen por ejemplo una dieta se enfadan más fácilmente.
Pero esto no es una ecuación matemática porque en los seres humanos inciden muchos factores, tal como recuerda José Elías. No se trata de evitar el autocontrol, porque la convivencia social podría convertirse en un pequeño o gran caos. José Elías destaca que hay personas más vulnerables emocionalmente, fluctúan más. Ante un mismo hecho dos personas no tienen por qué reaccionar de igual manera. Incluso una misma persona puede reaccionar de forma diferente ante una misma circunstancia según en qué momento emocional se encuentre. “Por una parte hay las personas inseguras, muy dependientes del mundo exterior. Reclaman una atención constante que cuando no la reciben se enfadan, no se sienten queridos ni deseados. Creen que los demás los tienen que aceptar siempre, y eso no tiene por qué ser así”.
Marta Centellas añade que este tipo de personas prefieren vivir en el victimismo. “El mal humor es una opción de vida. Y hay gente que está a gusto así porque de esta manera no se siente responsable de su vida. A mis pacientes, una de las preguntas que les hago es si quieren ser víctimas o guerreros. Y después les digo cuánto están dispuestos a invertir. Algunos piensan que me estoy refiriendo a nivel económico, y entonces les aclaro que estoy hablando de su esfuerzo. Para algunos es más cómodo seguir como están porque es una manera de llamar la atención y que los demás estén pendientes de él. Pero yo soy drástica. Muestro la parte oscura, la porquería que hay detrás de ese mal humor. La gente que ha tocado fondo ya no tiene nada que perder más que ese mal humor”. Además, las personas que siguen de mal humor consiguen que poco a poco, o rápidamente, cada vez haya menos gente a su alrededor. Es un revulsivo. A nadie le gusta estar habitualmente junto a una persona que está enfada siempre. Con lo cual, se retroalimenta el enfado de la persona ya que nadie le presta atención. Es mejor intentar cambiar aunque signifique un esfuerzo.
Pero las fluctuaciones hormonales tampoco lo ponen fácil.Hay quien liga los arranques de ira con esas subidas y bajadas de las hormonas. El mal humor lo asocian a un estado de insatisfacción, de displacer, que a su vez está relacionado con los niveles de endorfinas y otros neurotransmisores como la dopamina. Y el cerebro necesita sus dosis para percibir el goce o, dicho de otra manera, para neutralizar el displacer. Pero, ¿cómo movilizar las hormonas a favor del buen humor? Cada uno puede ir desarrollando sus pequeños trucos. Marc Gascons explica que para “mitigar el mal humor, me pongo a cocinar en casa. No es broma. Incluso hacer un bocadillo ya me pone de buen humor”. Ricky Mandle explica que todo “depende de que quieras ver el vaso medio vacío o medio lleno. Una misma realidad es interpretada de dos maneras distintas. Yo generalmente escojo verlo medio lleno, así que casi siempre estoy de buen humor”. Y algunos expertos señalan que el ser humano tiene la capacidad escoger. Es cuestión de aprender a controlar mínimamente el pensamiento.
José Elías asegura que se puede ejercitar y es necesario hacerlo para evitar quedar atrapados en según qué tipo de pensamientos. “Una de las primeras cosas que hay que aprender es que un pensamiento no tiene por qué ser verdad. Muchas veces creemos que lo que pensamos es verdad. Pero imagina que ves una persona y tú crees, porque así te viene en la mente, que esa persona no te acepta. A partir de esa falsa premisa vas a construir una realidad paralela que nada tiene que ver con lo que está sucediendo realmente. Haga lo haga esa persona reforzará ese falso pensamiento tuyo. Si se ríe pensarás que lo hace para disimular o que se está riendo de ti de forma descarada. Si está seria pensarás que es lógico que esté seria porque no te acepta. Si no te dice nada, deducirás que lo hace adrede para que tú notes que no te acepta. Vaya, que haga lo que haga está sentenciado, y todo por un pensamiento que te ha pasado por la cabeza y le has dado el valor de la certeza. Por eso aconsejo practicar ejercicios de control de pensamiento. Al menos para neutralizar aquellos pensamientos negativos que lo único que hacen es servir de combustible para el mal humor”.
“Esto no significa que siempre se tenga que estar contento”, añade Diana Pérez. No es cuestión de exigirse estar siempre bien ante malas noticias, eso sería tan pernicioso como estar siempre mal. Podría convertirse en una obsesión, en una búsqueda de un perfeccionismo emocional, tras el cual puede haber un nivel de autoexigencia que sin duda alimentará la insatisfacción permanente de manera soterrada. Sería una bomba de relojería. Según Diana Pérez hay que permitirse el mal humor temporal. “Mi propia naturaleza es cambiante, como la naturaleza. El mar a veces está calmado y otras removido. Forma parte del ciclo natural y es sano aceptarlo. Mi energía a veces está arriba y en otras ocasiones está más abajo. Son como surcos en la mente de todo lo vivido y que tiene su propia vida. Cuando tienes este malestar lo observas, como si no fuera contigo. Sencillamente dejas que drene. Forma parte de la estructura del ser humano desde que ha nacido. No somos ideales, somos lo que somos con nuestras imperfecciones. Si aprendes a respetar estos momentos, también sabrás acompañar mejor si es otra persona la que está de mal humor”.
En ese sentido el soporte social es importante porque ayuda a relativizar ese mal humor. José Elías asegura que, en general, las personas que viven solas son más vulnerables al mal humor. “El compartir ayuda a relativizar y puede disipar el mal humor. En la interacción con los demás, te dan otras visiones diferentes, otra perspectiva a aquello que despierta tu ira”. Para eso hay que estar dispuesto a querer cambiar, claro. Y según Marta Centellas eso no depende de la edad. “Es falso eso de que con la edad no se puede cambiar. Todo depende de que quieras o no. Si quieres, tú puedes. Es la diferencia entre ser víctima o guerrero. Yo lo he visto”. Y por cierto, el amigo mencionado al principio del reportaje finalmente consiguió, otro día, entrar en la web de la revista de humor sobre mal humor.