30 sept 2013

Filosofía para la felicidad

La editorial errata naturae acaba de publicar un excelente libro sobre Epicuro, Filosofía para la felicidad. No se trata únicamente de una recopilación de los escasos textos que se conservan de este filósofo griego sino que, además, se incluyen tres excelentes artículos de los españoles Carlos García Gual y Emilio Lledó y del filósofo francés Pierre Hadot, fallecido en 2010, uno de los máximos especialistas internacionales en el pensamiento griego antiguo.

Epicuro, y su escuela el epicureísmo, defendió una doctrina de la felicidad basada en la búsqueda del placer, un hedonismo racional que durante muchos años fue malentendido porque fue repetidamente silenciado, cuando no tergiversado. De su larga producción, conocida por referencias de otros autores, solo quedaron tres cartas a sus amigos (una de ellas incluida aquí) y unos cuantos fragmentos sueltos.

En contraposición a los grandes maestros griegos, Epicuro practica una filosofía del "más acá" porque considera que los dioses están lejos, dedicados a su vida plena, y no se preocupan de nosotros. Según Hadot, "Epicuro concibe la participación del hombre en la felicidad divina de forma completamente diferente, en la medida en que para él la felicidad no reside en el bien moral, en el ejercicio del pensamiento ni en la acción, sino en el placer. La felicidad epicúrea es, tal vez, como la de los dioses, el puro placer de la existencia".

La mayor aportación de Epicuro es el descubrimiento del cuerpo y de su bien para su decidida defensa del placer: "El placer es principio y culminación de la vida feliz". Como dice Emilio Lledó, "la filosofía de Epicuro se sustentaba en el reconocimiento de la sensación como criterio fundamental de la vida.

Creó una institución similar a la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, el Jardín. En el jardín de su propia casa organizaba las reuniones de forma más abierta y menos clasista, no estaba dedicado a líderes de opinión sino para cualquier colectivo, incluidas mujeres, esclavos o niños, y en un ambiento más natural y sencillo.

No es este un libro para leer de un tirón, aunque por tamaño lo sería, sino que se convierte en un conjunto de citas y excelentes máximas que se deben tener a mano cuando se tenga algún momento de reflexión, muchas de estas citas irán apareciendo en el apartado de "Citas y aforismos". Ahora no me resisto a incluir un párrafo de su carta a Meneceo que es pura ambrosía:

"Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que se dan en el goce, como creen algunos que desconocen o no están de acuerdo o mal interpretan nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la más grande turbación que se adueña del alma. De todas estas cosas, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas".

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